Entrevistas

Gabriel Machovsky-Capuska, el marplatense que publicó en la revista Science sobre ingestión de plásticos en animales

Gabriel Machovsky-Capuska

Su interés por la ciencia nació de admirar imágenes de ballenas en publicaciones educativas. En la actualidad, el biólogo vive en Australia, lleva adelante investigaciones sobre microplásticos en la vida silvestre e integra un equipo internacional que dio a conocer un trabajo en la famosa revista científica.

 

Por Agustín Casa /

De niño observó en las páginas de una revista educativa una de esas imágenes inigualables que regala la naturaleza: una ballena franca austral que emergía del agua. A sus 10 años, Gabriel Machovsky-Capuska quedó fascinado con esa fotografía. 

Siempre me motivó aprender cosas nuevas. La curiosidad, aprender, decir ´qué es lo que voy a descubrir hoy´. Eso me fascinó desde chico, comenta a Citecus el biólogo marplatense radicado en Australia.

Más tarde, durante la secundaria, trabajaba y estudiaba. Y parte de sus ingresos se los guardaba para comprar una colección de libros y VHS de Jacques Cousteau. 

Un día mi mamá quería limpiar debajo de mi cama y yo no la dejaba. Ahí tenía un par de cajas con los libros de Cousteau, relata y afirma que esas lecturas y videos despertaron su interés por estudiar Biología.

Pese a los reparos de su familia, Gabriel convenció a sus padres de estudiar Biología con la condición de que trabajaría a la par y ayudaría con los ingresos en la casa.

En 1995, mientras cursaba el ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Gabriel tenía en claro que quería conocer de cerca el apasionante mundo de los mamíferos marinos, ese que lo había cautivado desde la niñez con las imágenes y los textos de las revistas educativas. Averiguó que los investigadores Ricardo Bastida y Diego Rodríguez estudiaban a estos animales acuáticos y una tarde se dirigió al sector de laboratorios de la facultad para intentar conocerlos.

–Disculpe la molestia. Estoy buscando al profesor Diego Rodríguez o al profesor Ricardo Bastida.

–Ah, yo soy Diego Rodríguez. ¿Qué necesitás?

–Señor, quiero estudiar mamíferos marinos.

Así recuerda Machovsky-Capuska su primer contacto con quien lo guiaría en sus primeros pasos por la carrera de Biología y el ambiente de las investigaciones científicas. Sin embargo, los primeros años en la universidad no fueron sencillos. Combinó largas jornadas de trabajo y estudio.

Me costó muchísimo. Hacía menos materias y llevaba mi ritmo. Yo era guardavidas en la pileta del EMDeR. Eso era por la mañana. Trabajaba de las 6 de la mañana a las 2 de la tarde. Y después iba a la universidad a estudiar, cuenta.

Sus primeros trabajos científicos fueron colaboraciones para la materia Ecología Marina, donde realizó distintas tareas para el grupo de investigación de Rodríguez. Luego, Gabriel estudió ecotoxicología de delfines comunes para su tesis de licenciatura, bajo la dirección de la profesora Marcela Gerpe.

Machovsky-Capuska lleva adelante investigaciones en el área de nutrición animal.

Tiempo de aventuras

Mientras preparaba un seminario para la materia Ecología Marina surgió una de esas posibilidades que es mejor no dejar pasar: un viaje a la Antártida. Tomó contacto con profesionales que llevaban adelante campañas científicas en la Antártida para preparar algunos temas del seminario. En esos intercambios, se enteró que había una nueva convocatoria, aplicó y quedó seleccionado. La Antártida me cambió la vida, confiesa. 

Machovsky-Capuska realizó dos campañas de cuatro meses en el refugio Gurruchaga, ubicado en la isla Nelson, en grupos de entre dos y tres personas. Esos viajes tenían como objetivo analizar la relación de los predadores marinos con los stocks de peces alrededor de la isla y estudiar si había relación con el cambio climático.

Sus experiencias en la Antártida le dieron otra perspectiva y lo motivaron a buscar un nuevo rumbo. Vendió parte de sus pertenencias, libros y almanaques con imágenes de la Antártida y sacó un visa de trabajo y vacaciones para Nueva Zelanda. En abril de 2007, llegó al país oceánico con tres valijas y 200 dólares estadounidenses. En sus primeros meses en Auckland, la capital neozelandesa, trabajó como pintor y en una cafetería en la terminal de trenes, donde perfeccionó su inglés.

Más tarde, aplicó a un trabajo como técnico de biólogo marino en el National Institute of Water Atmospheric Research (NIWA), un instituto científico con sede en Nueva Zelanda. Y después obtuvo una beca para realizar un doctorado en la Universidad de Massey, donde también dio clases para poder ayudar económicamente a su familia en Mar del Plata. Allí, se especializó en Ecología Marina y su trabajo fue sobre el pájaro alcatraz. Durante esa investigación, su equipo recibió apoyo de la National Geographic para estudiar la visión de estos pájaros y, tras la publicación de un artículo, en 2011 recibió el premio al estudiante del año de esa universidad.

El biólogo marplatense realizó dos campañas en la Antártida. “Me cambió la vida”, reconoce.

Nutrición animal, su área de estudio

Tras su paso por Nueva Zelanda, fue contratado para un trabajo por cinco años en la Universidad de Sidney, Australia, donde se radicó con su familia. En Sidney, comenzó a investigar en el área de nutrición animal. 

En 2016, junto a su equipo desarrolló un trabajo que propone una nueva clasificación de los animales según su dieta y su nicho ecológico. Un conocimiento general es que hay animales que comen algo en particular y animales que comen distinto tipo de alimento. Sin embargo, en este estudio encontraron nuevas posibilidades.

“Si bien los animales generalistas pueden comer distinto tipo de comida, algunos de ellos se caracterizan por comer parte de esas comidas que están relacionadas con nutrientes específicos. Un animal puede ser generalista por todas las comidas que come, pero puede ser especialista en comer proteínas de todas esas comidas, asegura. 

En esta línea, el biólogo marplatense señala: La tercera categoría que proponemos en esta teoría que desarrollamos con datos fehacientes es que los animales se tienen que caracterizar en base al ambiente que pueden explotar. Por el tamaño, el pico o la facilidad para nadar o bucear que tienen, los animales van a alcanzar un cierto rango de comidas, lo que no quita que haya comidas similares en su ambiente, pero que no son accesibles para ellos

Durante 2019, colaboró a la distancia con el marplatense Pablo Denuncio, investigador del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC), en trabajos junto a científicos de Francia, Australia y Nueva Zelanda. Este equipo internacional se preguntó qué ocurre con los animales que comen plástico. 

En la actualidad, Machovsky-Capuska participa de distintos trabajos de investigación y ejerce la docencia.

El trabajo publicado en Science

A partir de ese estudio, se comunicaron investigadores de distintas partes del mundo. Así surgió el contacto con los brasileños Robson Santos (Universidad Federal de Alagoas) y Ryan Andrades (Universidad Federal de Espírito Santo), con quienes publicó en la destacada revista Science el artículo “La ingestión de plástico como trampa evolutiva: hacia una comprensión holística” en julio de este año.

Los autores comenzaron a trabajar a la distancia en 2020, durante el aislamiento por la pandemia de COVID-19. Para la realización de este estudio, leyeron alrededor de 5.000 artículos científicos publicados desde 1980. En esa etapa de revisión, encontraron que se han registrado al menos 1.565 especies que comen plástico, de las cuales 1.288 son especies marinas y 277 son especies terrestres o de agua dulce. Encontramos, en diferentes órdenes del árbol genealógico, que también especies terrestres y dulceacuícolas comen plásticos, pero no están tan estudiadas, afirma el investigador. 

En el trabajo, los especialistas argumentan por qué los plásticos son considerados trampas evolutivas. Desde 1950, aumentó la producción de plásticos a nivel mundial. Todos los beneficios que los plásticos nos dan a los seres humanos, en cuanto a durabilidad, confortabilidad, color, textura, son negativos para el medioambiente. A nivel evolutivo, los animales se están encontrando con un problema que no saben cómo resolver porque les está ocurriendo muy rápido. No tienen estrategias evolutivas para poder adaptarse o resolver qué es lo que tienen que hacer cuando se enfrentan con ese problema, explica Machovsky-Capuska.

En cuanto al consumo de plásticos por parte de los animales, el biólogo asegura que en la mayoría de los casos los animales no saben que consumen plástico y que lo pueden consumir de manera directa o indirecta. Además, destaca que la mayoría de los animales no asocian el consumo de plástico con alguna consecuencia en su organismo. 

En su artículo, también analizan el encuentro del animal con los plásticos. En este sentido, Machovsky-Capuska cuenta que no solo se da por asociación con una presa, como el caso de las tortugas que consumen bolsas al confundirlas con medusas, sino que según estudios recientes los plásticos, por su composición química, emiten diferentes olores y señales químicas que podrían ser similares a las de sus presas. 

En este contexto, los investigadores se preguntaron ¿cuáles son estas características que llevan a los animales a comer plásticos?

La primera es la técnica de forrajeo del animal. Los animales más generalistas en cuanto a su alimentación quizás tengan una tendencia mayor a comer plásticos que otros más especialistas. La segunda es la parte nutricional. Un animal que tiene hambre, a veces no toma las mejores decisiones nutricionales. Y la última es la disponibilidad, eso también afecta. Un animal que esté rodeado de plástico todo el tiempo, que tenga hambre y que tenga técnicas de forrajeo que lo hagan comer una variedad de presas, y encima se confunde sensorialmente, no tiene la capacidad de tomar las decisiones correctas, detalla.

En cuanto a las consecuencias que genera la ingesta de plástico en los animales, el científico reconoce que el conocimiento aún es muy limitado. Y considera que a partir de la evidencia actual se pueden llevar adelante distintos trabajos, por ejemplo, sobre las consecuencias fisiológicas en los animales que consumen plásticos. A nivel fisiológico, hay innumerables tipos de consecuencias que se podrían explorar. Eso sería algo muy interesante. Eso sería dar un paso, asegura.

En otro trabajo en el que colaboró con Santos y Andrades, descubrieron que el consumo de plásticos produce un efecto de saciedad en las tortugas verdes que habitan en la costa de Brasil. A nivel nutricional, el hecho de estar saciado hace que el animal sea más letárgico y no tienda a forrajear tanto. O sea, tiende a no comer tanto. Es un período en el que hace un click y deja de comer tanta cantidad. Lo que no se sabe es cuáles son los nutrientes que come. Esas son cosas a explorar a futuro, resalta. 

En la revisión que realizaron para su trabajo publicado en Science, el marplatense y su equipo encontraron que se han registrado al menos 1.565 especies que comen plástico, de las cuales 1.288 son especies marinas y 277 son especies terrestres o de agua dulce.

El papel de los humanos

Respecto al artículo publicado en Science, Machovsky-Capuska sostiene: “Una de las cosas que concluimos en el trabajo fue que si los animales no se pueden adaptar evolutivamente al problema, si no pueden aprender cuáles son las reacciones que tienen a ese problema, tiene que haber una intervención humana en cómo desarmar la trampa evolutiva.

En este punto, cuenta que hay varios tipos de trampas evolutivas y que la oportunidad de desarmar esas trampas también ha sido a través de los humanos. Si nosotros reducimos el consumo de plástico, empezamos a reducir la tasa de encuentro de plásticos con animales, subraya. 

Asimismo, el biólogo señala que reducir la utilización de plásticos de un solo uso es un paso importante. El segundo paso sería empezar a ver cuáles son las alternativas al uso de plásticos, que nos permita que los materiales sean más biodegradables y que no se transfieran a tan largo plazo a los animales”, agrega.

En la actualidad, Machovsky-Capuska colabora con la Universidad de Sidney. Al mismo tiempo, continúa con sus aportes al equipo de Santos y Andrades, quienes estudian las estrategias evolutivas de las tortugas verdes, participa de un trabajo con científicos neozelandeses sobre microplásticos en delfines, e integra otros estudios sobre microplásticos en aves marinas y peces.

La idea no es solo reconocer que diferentes animales consumen plástico, es empezar a ver qué se puede hacer a nivel experimental, a nivel de marcadores biológicos para entender un poco más las consecuencias de los plásticos. Entonces, a la hora de recibir la pregunta sobre cuáles son esas consecuencias, tener más herramientas para poder responder eso, concluye.

 


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