Lo sostiene un equipo internacional, que incluye investigadores argentinos, en un nuevo estudio publicado en una prestigiosa revista científica. Los hallazgos podrían ayudar a desarrollar estrategias para proteger la especie y sus ecosistemas.
Un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), del cual participaron 36 especialistas de 14 países, entre ellos investigadores del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) de Argentina, revela información clave sobre las áreas de alimentación de las ballenas francas australes en el hemisferio sur.
Los investigadores pudieron determinar un cambio en las zonas donde se alimentan las diferentes poblaciones de esta especie. Los hallazgos podrían tener profundas repercusiones en las estrategias para proteger la especie y sus ecosistemas.
Este estudio inédito comparó las zonas donde se alimentan las ballenas francas australes en la actualidad y durante las últimas décadas, determinadas gracias al análisis isotópico de muestras de piel de individuos de las diferentes poblaciones del hemisferio sur, con las áreas de alimentación que las ballenas usaban en el pasado, registradas en las bitácoras de los cazadores de ballenas.
Los resultados de esta investigación, «demuestran cómo la comparación de conjuntos de datos modernos e históricos puede aportar información sobre cómo responden las especies, en este caso la ballena franca austral, a los cambios ambientales a lo largo de los últimos siglos».
Participaron del estudio Mariano Sironi, director Científico del ICB, Luciano Valenzuela, investigador del ICB y del CONICET, y Victoria Rowntree, directora del Programa Ballena Franca Austral (ICB/Ocean Alliance).
Un estudio colaborativo único
Tradicionalmente, se pensaba que la ballena franca austral se alimentaba de copépodos y krill en las zonas de alimentación antárticas de alta latitud en verano. Más del 95 % de la población mundial de ballenas francas australes fue diezmada por la caza comercial de ballenas, lo que, unido a los efectos del cambio climático, impulsó al equipo de investigadores a estudiar cómo este cambio afecta los hábitats de los que dependen para alimentarse.
Evaluar los cambios ambientales en los ecosistemas del océano Austral es difícil debido a su lejanía y escasez de datos. El seguimiento de los depredadores marinos, como la ballena franca austral, que responden rápidamente a la variación ambiental puede permitir rastrear los efectos de las actividades humanas en los ecosistemas. Sin embargo, los datos a largo plazo para depredadores marinos están incompletos porque se limitan espacialmente y/o rastrean ecosistemas ya modificados por la pesca industrial y la caza de ballenas en la segunda mitad del siglo XX.
Los investigadores evaluaron la distribución contemporánea en alta mar de la ballena franca austral, un depredador marino de amplio rango migratorio que se alimenta de copépodos y krill desde los ~30°S hasta el borde del hielo antártico (>60°S).
Mediante el análisis de los valores de isótopos estables de carbono y nitrógeno de más de 1.000 muestras de piel recolectadas de seis poblaciones genéticamente diferentes en el hemisferio sur, entre ellas la población de Península Valdés recolectadas por el equipo del ICB, se realizó una predicción de la ubicación geográfica del área de alimentación usada por cada individuo muestreado. Algo importante para destacar es que las muestras utilizadas abarcan tres décadas (1995-2020), proporcionando a los investigadores una cronología importante con la que comparar los datos actuales y así poder detectar cambios recientes.
Otro aspecto único del estudio fue que los investigadores desarrollaron un modelo para generar mapas de la composición isotópica del fitoplancton en los océanos. Comparando este mapa con los datos isotópicos de cada ballena, determinaron qué regiones del océano son zonas críticas para la alimentación y cómo han cambiado en las últimas décadas.
Además de las muestras actuales, también se recopilaron registros de buques balleneros estadounidenses entre 1792 y 1912 y soviéticos entre 1961 y 1968, para luego ser comparados con las áreas de alimentación.
Principales resultados
Durante las últimas tres décadas, las ballenas francas del Atlántico Sur y del suroeste del océano Índico incrementaron su uso de zonas de alimentación en latitudes medias (30 a 45°S) y utilizaron menos las zonas más cercanas a la Antártida. Por su parte, las ballenas del Pacífico suroeste usaron con más frecuencia las zonas de alimentación en latitudes altas (>60°S), coincidiendo con los cambios observados en la distribución y abundancia de presas debido al cambio climático global.
Adicionalmente, al comparar estas áreas de alimentación con los registros de cacería de ballenas desde el siglo XVIII, se encontró una notable estabilidad en el uso de las áreas de alimentación de latitudes medias. Esto refleja la estabilidad física de los frentes oceánicos y la productividad de los ecosistemas de latitudes medias del océano Austral en los últimos cuatro siglos. Por el contrario, las regiones polares están más influenciadas por el cambio climático reciente.
La significancia de este estudio para la población de ballenas francas australes de Argentina
La importancia de este estudio radica en revelar información clave sobre las áreas de alimentación de las ballenas francas australes a nivel hemisférico en el pasado y en la actualidad. Esto podría tener profundas repercusiones en las estrategias de protección de la especie y sus ecosistemas.
Además, el hallazgo de que las ballenas han modificado rápidamente su alimentación permite explorar las relaciones entre el uso de hábitat y otras variables relacionadas a su estado de salud, como son el estado corporal, y las tasas de nacimiento y mortalidad, que en distintas poblaciones han mostrado cambios preocupantes en años recientes.
“Este estudio demuestra que las ballenas francas de Península Valdés usan grandes áreas del mar Argentino como zonas de alimentación, entre ellas las que se encuentran mar adentro frente a la Provincia de Buenos Aires. Esta información es clave para evaluar rutas de navegación y proteger estas áreas de las actividades humanas que tienen fuertes impactos, como la pesca a gran escala y la exploración y explotación petrolera”, destaca Valenzuela, también coautor del artículo.